LOS VALORES DE LA
BESTIA. GELMAN Y EL PREMIO NOBEL
Por
Cristian J. Molina
Desde Leones, Provincia de Córdoba, Argentina
Nicolás le
pregunta al Niño C –en plena borrachera– porqué no le dieron el Nobel a Gelman
en 2010 y porqué se insiste con su nominación. La pregunta es doble. Pascale
Casanova –entre otrxs– sostuvo que los contextos y las presiones han hecho que
ese premio sea funcional a las modas intelectuales o a los problemas políticos
del momento (y, por supuesto, siempre hay excepciones). Entonces, siguiendo
esta idea, si en 2010 ganó Vargas Llosa y no Gelman, podría ser porque en el
contexto de la crisis internacional desencadenada en 2008, había que apuntalar
un referente cultural que haya defendido el neoliberalismo a ultranza, frente a
otro, francamente de la vereda de enfrente. La insistencia nacional con Gelman,
será, le dice C, porque los derechos humanos en el mercado internacional
cotizan en alza, y porque para nuestro contexto político, también. Sí, los
derechos humanos cotizan en alza porque en Latinoamérica son una contención
social a las constantes desestabilizaciones mediáticas y económicas que los
sistemas democráticos atraviesan y, por lo tanto, en el caso de Gelman, su
poesía funciona como una especie de antídoto de la memoria frente al
autoritarismo de la dictadura. Pero, por eso mismo, también reconfirman un
estereotipo latinoamericano funcional a los centros de poder mundiales: acá, en
Latinoamérica, solo hay dictaduras que le hacen imposible la vida a la gente.
No sostengo con esto que los derechos humanos no sean importantes, ni que
carezcan de valor, ni que haya que dejar de escribir al respecto; al contrario,
señalo que hoy son una hegemonía cultural que, además, vende en el mercado
internacional. Nada más que eso. Cada uno evalúe lo que quiera.
Pero,
también, le digo a Nico, el Nobel es un premio, tan banal como cualquier otro
y, en lo único que contribuiría, sería en darle un poco de plata a Gelman para
que sobrelleve una vida mejor. Si Gelman hablase, por ejemplo, de crisis
económicas y de terrorismo islámico, hoy, tal vez, se llevase el premio. Y, sin
embargo, el premio tampoco diría algo sobre él, sobre su literatura, aún
ganándolo. Es decir, no nos tiene que alegrar ni deprimir que sea Gelman el
nominado o que pierda o gane ese premio. La pérdida del Premio Nacional de
literatura por Borges en la década del ‘40 en Argentina ha sido lo
suficientemente intensa como para hacernos unos grandes devaluadores de esas
instancias en relación con el valor o con los valores de la literatura.
Pero es
cierto que si un poeta argentino recibiera el Nobel, sería, francamente para
nuestra tradición, tan ensayística y narrativa, una patada en el hígado. Y eso,
a pesar de todos los reparos que hemos indicado previamente, podría impactar
revalorizando una praxis literaria demasiado relegada del reconocimiento no
solo de la crítica especializada en nuestro país, sino del mercado simbólico.
El caso para comprender esto, es Chile. Con varios premios nóbeles en su haber,
recibidos por poetas, la poesía en Chile no solo compite en las grandes
librerías, sino que ha adquirido un valor especial como práctica literaria. Y
hasta es hegemónica. En este sentido, fue la crítica Verónica Cortinez quien
señaló que solo a partir de los ’90, la narrativa chilena pudo tener algún
impacto en la cultura que seguía –y sigue– guardando un lugar preeminente para
la poesía. Si Gelman hubiera ganado o ganase el premio nobel, tal vez, la
poesía cobraría una dimensión diferente desde la posición bastarda en la que se
ha encontrado en nuestra tradición, a pesar de los grandes poetas que hemos
tenido. O todo lo contrario, en nuestra tradición que desconfía de los premios,
la haría aún más despreciable.
Tal vez,
uno de estos días, se decidirá otorgarle el Premio Nobel a Gelman. Pero eso
puede significar mucho o bien poco para él. Porque ganar o no un premio, a fin
de cuentas, no es más que una experiencia insignificante. La literatura, como
muchos nos enseñan, si es alimentada por la Bestia, puede superar cualquier
error o acierto atribuido por los otros, porque se hará valer por sí misma. Tarde
o temprano.