por Pablo Campos
Cada 24 de marzo es único. Las experiencias y sensaciones, a pesar de los años, siempre son primerizas, nunca se repiten. Eso si los años van generando rituales, el mío es bajar del subte A en Congreso y llegar caminando por Avenida de Mayo hasta la plaza. Por el camino nos conocimos con Victor, un nuevo/viejo amigo, esos que como primera impresión te dejan la sensación de que siempre fuimos amigos.
Nuevas, siempre son sensaciones nuevas los 24 de marzo. Nos
fuimos acomodando hasta llegar a la gran bandera, la simbología mágica de
quienes nunca se fueron ni se irán. Los tambores de la Chilinga comenzaron a
tronar, y la larga marcha volvió a comenzar. Bajo la fuerza de los golpes la
bandera cobra vida, se eleva, es un símbolo que serpentea en busca del abrazo
de la plaza. A delante de ella, las madres, pesa girar para verlas, tan
chiquitas pero enormes, admirable ellas llevan sobre sus hombros 30.000, ellas
llevan sobre sus hombros NUNCA MAS, ellas llevan sobres sus hombros la gratitud
de los aplausos a su paso. Los fotógrafos van y vienen entre los tambores y las
madres, y en el medio de ese desorden una fotógrafa llorando entre foto y foto,
la emoción la inundo, imposible poner distancia.
Al llegar a la plaza imposible no respirar bien profundo. Una
plaza llena abrazaba a miles que aun faltaban por ingresar. Esta marcha es un lugar de encuentro, gente
que se abraza, llora, ríe, se emociona. Entre tres casi cuarentones nos
emocionaba ver tanta juventud, tantos chicos presentes, y teniendo bien
presente ellos que significaba estar acompañando a las madres. Nos emociona ver
que ellos no están solos, que ellos no sufrieron el silencio de los noventa
como nosotros, que desesperábamos buscando un cómplice y nos miraban como
locos. Y volvemos a sentir que estamos donde tenemos que estar, diciendo nunca
más, nunca más a las dictaduras, pero también nunca más al olvido.
Nos acomodamos a la izquierda de la plaza en la esquina de
diagonal norte. Desde allí uno podía ver como ingresaban las columnas, miles y
miles de militantes rodeados de miles y miles de ciudadanos, y todos bajo las
mismas banderas. Chicos corriendo a nuestro alrededor, abrazos de viejos
militantes con jóvenes militantes, familias enteras apropiándose de la plaza.
Hacia un par de años que no concurría en presencia, aunque
siempre estoy presente en no olvidar. Este año tenía que venir. Por mis hijos,
por mi esposa, por mis padres, por amigos, por quienes me formaron como soy.
Porque nos quieren quitar la memoria y no los vamos a dejar. Porque quieren
volver a borrar tantos años de lucha y no los
vamos a dejar. Por las madres y abuelas, que son mis madres y mis
abuelas también. Porque cada 24 de marzo
es único e irrepetible. Será por eso que
siempre volvemos.
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