viernes, 16 de noviembre de 2012

Sin repetir y sin soplar: Trace un recorrido por el cuento argentino en 1000 Caracteres.


                               escribe: María Marta Marciano
                                   desde: Buenos Aires

 
 
 ¿Cómo haría usted para trazar un recorrido simpático y breve por la historia del cuento argentino? ¡Exactamente! Poniendo en práctica la economicidad de medios propia del cuentista. Es como una cinta de moebius, opinaría Cortázar. Y también puede ser un círculo pequeño, le respondería Anderson Imbert, maestro de la microficción, ya que un círculo, por más pequeño que sea, es un círculo completo. Se trata, en la voz lejana de Blake, de poder ver la estéril vastedad del desierto en un grano de arena y la inmensidad del mar en una gota de su agua salada

         Sin duda la Argentina tiene una tradición de grandes cuentistas. No los mencionaré para no olvidarme de ninguno (lugar común de los que reciben premios). Además, ¿para qué nombrar? Si los sustantivos se los inventamos a la realidad, a una  realidad que no es verbal cuando el lenguaje lo es. Por otro lado, la realidad es simultánea y el lenguaje, sucesivo. Así que haré uso de la capacidad alusiva de las palabras. En definitiva, ¿Qué importan las palabras? Lo que interesa es el contenido. El alma triste de las palabras, eso es lo que interesa, reos, diría alguien allá por Temperley. Temperley es El Sur, y “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia” sino pregúntenle a Juan Dahlmann. Yo ni idea, susurraría un álamo mientras compone su balada, nunca salí de Chacabuco. Afortunadamente, por la zona, no tengo nieve y no se trata del Perjurio de la nieve. Aunque no crean que por acá no pasa nada. El otro día, apareció un enano francés que había abandonado su baldosa para cumplir una misión muy importante: salvar a un niño enfermo. Pero me contaron que todo terminó bien porque “Si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte también es justo que puedan burlarla las lágrimas de un niño”. Y les aclaro que estoy muy feliz de ser un álamo porque alguien en algún prólogo le dijo a su mujer: “Querida, los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas.”

         Demasiados recuerdos. Final de juego.

            Texto Cerrado por melancolía.

         Y agradecimientos a Cortázar, a Anderson Imbert, a Borges, a Haroldo Conti, a Roberto Arlt, a Isidoro Blaisten, a Bioy Casares, a “La balada del álamo Carolina”, a “El Sur” a “El perjurio de la nieve”, a  “El hombrecito del azulejo”, a “Final de juego”, a “Cerrado por melancolía” y a todos esos cuentos memorables cuya relectura no respeta -e incluso desafía- la ley del asombro.



 

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