escribe: María Marta Marciano
desde: Buenos Aires
¿Cómo haría usted para trazar un recorrido simpático y
breve por la historia del cuento argentino? ¡Exactamente! Poniendo en práctica la
economicidad de medios propia del cuentista. Es como una cinta de moebius, opinaría
Cortázar. Y también puede ser un círculo pequeño, le respondería Anderson
Imbert, maestro de la microficción, ya que un círculo, por más pequeño que sea,
es un círculo completo.
Se trata, en la voz
lejana de Blake, de poder ver la estéril vastedad del desierto en un grano de
arena y la inmensidad del mar en una gota de su agua salada
Sin
duda la Argentina
tiene una tradición de grandes cuentistas. No los mencionaré para no olvidarme
de ninguno (lugar común de los que reciben premios). Además, ¿para qué nombrar?
Si los sustantivos se los inventamos a la realidad, a una realidad que no es verbal cuando el lenguaje
lo es. Por otro lado, la realidad es simultánea y el lenguaje, sucesivo. Así
que haré uso de la capacidad alusiva de las palabras. En definitiva, “Qué importan las palabras? Lo que
interesa es el contenido. El alma triste de las palabras, eso es lo que
interesa, reos”, diría alguien allá por Temperley. Temperley es El Sur, y “Nadie ignora que el Sur empieza
del otro lado de Rivadavia” sino pregúntenle a Juan Dahlmann. Yo ni
idea, susurraría un álamo mientras
compone su balada, nunca salí de
Chacabuco. Afortunadamente, por la zona, no tengo nieve y no se trata del Perjurio de la nieve. Aunque no crean
que por acá no pasa nada. El otro día, apareció un enano francés que había
abandonado su baldosa para cumplir una misión muy importante: salvar a un niño
enfermo. Pero me contaron que todo terminó bien porque “Si un enano francés estampado en
una cerámica puede burlar a la
Muerte también es justo que puedan burlarla las lágrimas de
un niño”. Y les aclaro que
estoy muy feliz de ser un álamo porque alguien en algún prólogo le dijo a su
mujer: “Querida, los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando en
las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas.”
Demasiados
recuerdos. Final de juego.
Texto Cerrado
por melancolía.
Y
agradecimientos a Cortázar, a Anderson Imbert, a Borges, a Haroldo Conti, a
Roberto Arlt, a Isidoro Blaisten, a Bioy Casares, a “La balada del álamo
Carolina”, a “El Sur” a “El perjurio de la nieve”, a “El hombrecito del azulejo”, a “Final de
juego”, a “Cerrado por melancolía” y a todos esos cuentos memorables cuya
relectura no respeta -e incluso desafía- la ley del asombro.
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